viernes, 17 de julio de 2015

Tierra

Echo de menos la caída de las hojas como lágrimas que caen al agua gota a gota.
El rumor ronroneante del frío arroyo reberberando entre las rocas carcomidas y pulidas.
La hiedra que trepa, el musgo que abriga, los hongos que proliferan en los altos
pilares de savia, ahondando sus raíces hacia las entrañas fecundas de la tierra.
Se doblan, se arquean, y uno de ellos yace moribundo sobre el camino de lágrimas
que brotan de la tierra, que pare helada, volcánica e irascible.
Cómo lloras, gota a gota cayendo tu llanto sobre mi frente,
si hasta tus lágrimas están gangrenadas,
envenenadas por el tumor que en tu cuerpo habita,
hijos rebeldes que te apuñalan, que se expanden y te devoran,
en un complejo de Edipo y de Electra creciente y constante,
no pararán hasta herirte mortalmente
y matarse a ellos mismos en el proceso,
son tu cáncer.
Caen las hojas como lágrimas que el viento arranca de tus mejillas,
flotan sobre el agua, y junto a ellas
yo soy otra hoja causando ondas en el torrente de tus llantos.
Miro al cielo umbrío, tapizado por la bóveda roja, en llamas,
de tu cabellera llena de ira triste.
Y los peces rodean mis pies, y las algas se balancean,
y el viento susurra entre las hojas caídas,
y el mundo se para y se hace eterno,
pues a pesar de todo, la vida prosigue.

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