sábado, 4 de abril de 2015

Anoche soñé que volaba

Me di cuenta de que en el techo de la clase hay tantos agujeros que no se pueden contar. Y que el techo se caería sobre nuestras cabezas, y el cielo detrás de él. Y Adán y Eva descubrirían nuestros cadáveres bajo el césped de su Paraíso cuando cavaran en él para hacer castillos de tierra.
No sé por qué comer manzanas es malo. A mí me gusta. El mundo es una manzana, con sus capas, su corteza, manto y núcleo. O yo que sé, soy de letras.
Me di cuenta de que en las paredes de la clase hay escritas tantas gilipolleces que dan ganas de llorar. Y chuletas disimuladas, rebozadas en salsa de pimienta en un intento de ocultarlas. Y desde dentro yo lo veo y llega un punto que paso del tema, que no me dan arcadas. Ni moral, ni humildad. Yo al menos suspendo con honor. Y me acuerdo del Cid y de Berceo y del arcipreste de Hita y de Jorge Manrique y de Garcilaso y de Fernando de Rojas y de Santa Teresa y de Lope de Vega y Quevedo y Góngora y Calderón y Jovellanos y Cadalso y Larra y Zorrilla y Bécquer y Rosalía de Castro y Pérez Galdós y Leopoldo Alas y Rubén Darío y Unamuno y Machado y Juan Ramón Jiménez y Salinas y Alberti y Cernuda y Neruda y Lorca y tantos... tantos... Que se han olvidado en esas otras cabezas. ¿Que mi humilde 7'1 de media se acuerde de ellos y un 10 no? ¿Un 9 no? ¿Qué clase de mierda de método de evaluación es éste?
Y mientras miraba ennortada las paredes chuleteadas y blasfemadas de la clase, pasó volando un o.v.n.i., que golpeó la pizarra con un sonoro piñazo. Y miré con desdén al prototipo de español futbolero causante del golpe y quise tirarme de los pelos. Pero me giré señorialmente hacia la ventana y arañé el cristal como un perrillo atrapado en un coche en el mes de agosto a las dos de la tarde en Granada. Y caí en la cuenta de que no tendré un duro para pagar aire acondicionado. Y que hará calor. Y que no es socialmente aceptado ir en pelotas por un piso compartido con gente extraña.
La tiza formaba nubes de vapor, y la clase acabó pareciendo el andén nueve y tres cuartos. O Silent Hill. O una noche que anuncia al Holandés Errante en una bahía perdida alumbrada en la distancia por un faro costero. Y suspiré y me aburrí. Y eché de menos el sol. Y eché de menos los libros. Y la vida. Y la tinta regando mi cuerpo, sacudiendo mi mente, yendo y viniendo por mis venas.
Me he dado cuenta de que estoy perdida y de que estoy sola y de que estoy desganada. Y la sensación de agobio es frustrante. Cierro los ojos porque dicen que el pasado es mejor, pero no. Provoca aún más frustración y dejadez extrema. Ojalá pase algo. Aunque sea algo malo. Pero que pase algo. Lo que me pasa es que no pasa nada, claro está.
Don Quijote me mira con una sonrisa libidinosa desde su estantería. Y desde el escritorio me observa con mirada acusadora la Lista de Deberes, Exámenes y Trabajos de la Semana de la Santa Muerte y Destrucción.
Este curso va a terminar y yo iré de cabeza al psiquiatra. Estoy hasta el coño.
Anoche soñé que volaba.
Y mientras volaba unas palomas sanguinarias me perseguían, esperando mi muerte como buitres ávidos y repugnantes. Millares de Espíritus Santos deseando verme caer para devorarme.
Pero anoche soñé que volaba.

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