viernes, 13 de marzo de 2015

Los Sonámbulos 2

Bajo las cúpulas verdes de las montañas el mundo es fresco y puro. La vegetación cubre cada esquina inexplorada y trepa vorazmente hacia las afiladas peñas de roca montañesa, que no dejan atravesar su fortín de piedra. Bajo esas rocas, en el límite indefinido entre ambos bosques, se esconde una caverna donde viven un sonámbulo y una perdida. Su rutina sigilosa se basa en cazar estrellas fugaces y beber licor de pluma. De vez en cuando se miran a los ojos con preguntas, murmuran vanalidades que ni uno ni el otro entiende, y siguen perdidos en su mundo interno y apartado. Su catatonia va aumentando con las lunas y los soles, con el pasar de las estrellas que no cazan, con las palabras tragadas y las incomprensiones. Llega un punto de hastío que ni siquiera quieren cazar estrellas. Y las rocas a su alrededor se desprenden y poco a poco los peces vuelan hacia la luna, emigrando a tierras más cálidas. Y la luz de la luna caía junto a las hojas secas en ondas suaves al niño río. Y entonces ella desapareció con su ceniza aún incendiada. Él nunca más la vio, y ella perdió la cabeza, o más bien su cabeza la perdió a ella, en los bosques de ninguna parte, donde no sabía su nombre, ni quién era. Comenzaba su locura y su catatonia y sus andanzas sobre los árboles. Hasta que un día voló desde un sauce llorón y, con su sangre cayendo gota a gota, vio la luz y recordó.

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